Las voces sonaron diferentes porque nacieron desde lugares diferentes. Al corazón abierto y la desesperación futbolera de quien quiere y no puede se le contrapuso la implacable fuerza del razonamiento.
Mientras uno se ha despojado de las frases repetitivas e insípidas que muchas veces la mayoría de los futbolistas usan como medida de protección, el otro se ha amparado en sus investiduras para ser formal, correcto y ceremonial.
Desde la lógica de cada mirada no deberían sorprender sus expresiones. Que quién se habituó a estar destile sangre de bronca, lo humaniza. Y que quién debe conducir, coloque sus términos prolijamente como se colocan las fichas imantadas que representan a los futbolistas en una cancha magnética, marca presencia.
Los fundamentos de una y otra campana parecen complementarias pero no lo son. Las puertas para Di María se han cerrado, temporalmente al menos, porque en el tiempo compartido no pudo parecerse al del fútbol francés ni al de muchas veces en celeste y blanco.
Los cambios que debía enfrentar Scaloni son generacionales, no generales. Modificar pensando en el futuro no implica deshacerse de todo lo anterior sino sostener un hilo de continuidad a partir de la filosofía de juego y de su interpretación personal respecto de quienes de los históricos pueden ayudar a construir nuevas historias, pero respetando su mirada.
Allí hay un contrapunto en las interpretaciones. No es todos o ninguno, como considera el futbolista. Ese deberá ser un trabajo mental de asimilación que deberá realizar el jugador.
Tampoco las puertas están abiertas para todos y del mismo modo, vale la pena ser sincero al respecto. Porque quien juega no tiene más alementos que rendir en su club para generar el llamado. Y eso Di María lo hace cada vez más seguido.
Aunque la dinámica de este juego es indescifrable, la percepción es que Scaloni ha evaluado y decidido no tenerlo de entrada. Es cierto, los porotos se ponen en la mesa a partir del inicio de las Eliminatorias, pero en el puñado de citaciones, amistosas todas, los nombres que ha elegido en el necesario recambio han brindado respuestas.
Por lo tanto, el regreso del volante al seleccionado parece estar más emparentado con el no rendimiento de los elegidos por el entrenador que por el nivel que siga manteniendo en el fútbol francés.
Y eso duele. Duele y expone, corre del eje, deja espacio a la espontaneidad, con el riesgo que conlleva mediatizar su tristeza a través de muchos de los que instalaron en la opinión pública su obsolescencia albiceleste. A través de tantos que lo ubican en el grupo de los que han perdido tres finales cuando en realidad él más que perderlas se las ha perdido porque ha jugado un rato en un par a causa de sus lesiones.
El tiempo y los rendimientos, de los que vienen y los que no, dirán. Pero más allá de todo me quedo con el tipo que quiere estar. Lo celebro, enormemente, aunque no esté ahora y no esté mañana. Lo celebro también, porque un tipo que conoció muchos paraísos futboleros quiere seguir siendo o volver a ser.
Es un gesto de amor muy fuerte, de un amor primitivo y desinteresado. Es amor de los colores que llegan a perseguir sueños hasta el hartazgo. Es el amor que mantiene a Ángel Di María atado al flaco de la calle Perdriel.