El fútbol argentino no es fácil. Partamos de esa certeza. Nunca lo ha sido desde el césped, por la convicción de cualquiera para hacerle frente al que sea. Pero últimamente, tampoco lo ha sido desde lo organizativo. Un sinfín de torneos confusos en poco más de un lustro, con formato, intereses y miradas diversas lo han convertido en un cambalache. En una bruma permanente que hace extremadamente complejo ver más allá de la punta de los pies.
En ese berenjenal, la determinación de quitar los descensos por un tiempo, que tampoco es del todo claro porque depende de la palabra de quienes la han quebrantado sistemáticamente, no ha generado el impacto deseado. O sí.
La asociación de ese supuesto veranito libre de problemas con la preciada calma, ha sido un error. Y ha dejado en evidencia que solo fue un respiro para los clubes que tenían la cornisa bajo sus zapatos. Y punto. Entrenadores cesanteados, futbolistas que no logran renovar buenos contratos por su rendimiento, impaciencia del público por lo que ofrece su equipo. Lo de siempre, sin descensos.
Y en medio de la confusión, los objetivos deportivos. Del “no se juega por nada” al “nunca peleamos por nada” hay un puñado de partidos. Los que tardamos todos en comprender que en este suelo siempre se juega por algo.
Por eso los caminos, más allá de los resueltos, desnudan realidades.
Están los poderosos, que por prestigio, vidriera o deudas deshonradas siguen compitiendo con los futbolistas más estelares de nuestro medio. Los de recorrido, quiero decir. Y mal que mal, se encaraman en las disputas importantes, arrastrados por la competencia internacional donde sí se sigue jugando por todo.
Están los que apuestan a promover juveniles. No desde ayer, sino desde hace mucho. Y equiparan esa falta de figuras estelares promocionando futbolistas jóvenes que hace años ven que llegar y quedarse es una opción real con sus colores. Y logran ser competitivos, y pelean instancias decisivas acá y en el exterior.
Están los que sostienen una idea de funcionamiento más allá del entrenador de turno, y sobreviven a ese factor con dignidad, y hasta hacen historia jugando finales de Copa Sudamericana por primera vez. Porque cuando se conoce el rumbo, se obra en consecuencia. Así no solo se combate con los cambios de entrenadores sino que también se lo hace con las partidas y llegadas de futbolistas, construyendo equipo rápidamente porque la estructura es clara y se trae lo que se sabe va a acoplarse con relativa sencillez.
Y están, por último, los que no definen hacia donde con claridad. Ni con quien.
Por el Barrio Centenario, los chicos nunca dejan de serlo y uno puede preguntarse cuando estarán listos para sumar más minutos. Con el respeto al entrenador y la limitación de no ver el día a día, la percepción visual es que algunos de ellos influyen muy positivamente cuando juegan. Y que parecen facultados para hacerlo más seguido. Más allá de que, capacidad de los formadores al margen, continúa sir ser esa una política deportiva de la institución.
Por la Avenida, los pibes han florecido como pocas veces en el último tiempo. El nuevo entrenador, en aparente línea con el Gerente Deportivo, ha marcado el camino hacia ese lado. Varios son más de lo que eran hace pocos meses. Y como ser y valer en el fútbol es sinónimo, mientras se convierten en futbolistas de Primera lo hacen también en capital. El problema es el mientras tanto, ese que precisa de experiencia para guiar. Experiencia y no pibes de otras latitudes que retrasen a los propios.
En fin, formas hay muchas. Al alcance de nuestros clubes, parecen no ser tantas. Veremos cómo capitalizan la experiencia que culminó con el título de Boca y cuánta introspección sincera y crítica existe.
El regreso a la competencia está más cerca de lo imaginado.
Por eso son importantes las decisiones.
Por eso son tan importantes en el norte que se elija, no solo las metas sino también los nombres.