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28 de abril de 2021


Los "viejos lobos de mar" permanecen impolutos aferrados al timón de su barca, por más oscura que se presente la tormenta, por más borrascoso que amenace el horizonte. Así parece ser el último viaje de Timoteo. Si se lo lleva el mar, será porque él quiera y no cuando se lo imponga ningún destino disfrazado de virus.

Carlos, el viejo, el marinero de mil viajes, el capitán de boina y campera de cuero, nació en un pueblo de las sierras cordobesas pero se impregnó del cafetín porteño cuando amarró en Villa Crespo para jugar en Atlanta.

En el básquet del Bohemio conoció el amor y la amistad. Se emparejó con Beti, que por esa época practicaba con la americana y se hizo compinche de León Najnudel, un personaje sobre el que se sugiere una lectura propia por su aporte al deporte nacional, que era entrenador del equipo de básquet de la institución.

Trabajó en el campo, pero el fútbol lo hizo más curtido todavía. Desde el 57’ al 65’ fue el CINCO de Atlanta, en un equipo que salió campeón de la Copa Suecia en el 58’, un torneo que organizó AFA mientras la Selección jugaba (mal) el mundial de Suecia (obvio).

Al año siguiente, el DT de Atlanta, Victorio Spinetto - otro maestro que merece ser destacado - dirigió al Seleccionado Nacional en el Sudaméricano del 59’, jugado en el Estadio Monumental y lo convocó para integrar un plantel que le levantó la actual Copa América en la geta al Brasil de Pelé, Garrincha y Didí, que venía de obtener su primer mundial en el país escandinavo.

Después de los 30, subió el Paraná para recalar en Rosario, como para aportarle un poco más de mística a su historia.

Se retiró en Central, rodeado de nombres como Zof, Sívori y Labruna, de los cuales habrá pescado algunos conceptos para nutrir su biblioteca de fútbol.

Dirigió 3 años en las inferiores de Rosario Central, una experiencia que recomienda para cualquier entrenador que quiera ser profesional. Allí conoció al Cai Aimar, a quien hizo debutar cuando agarró la primera. Fue campeón con Central en el Nacional del 73'. Heredero del estilo táctico de Zubeldia, le agregó el estudio sistemático de los rivales mirando y haciendo mirar videos (VHS).

En los 80 volvió al café de Buenos Aires, donde frecuentaba a Adrián Paenza y a su amigo León. Mientras este último pergeniaba la Liga Nacional de Básquet, el viejo le robaba ideas para aplicar en su Ferro. Caballito se convirtió en un laboratorio, Timoteo llegó a copiar jugadas del fútbol americano y con la ayuda de un novato preparador físico - el profe Bonini también procedía del básquet - generó una revolución verdolaga regalándole las dos estrellas que tiene Ferro en su escudo.

Como buen marinero, trazó su ruta con precisión: Disciplina táctica, despliegue físico, visión estratégica y fomento de las inferiores fueron los ejes de su gestión.

Le aportó unos cuantos proyectos de jugadores al fútbol nacional: el Mago Garré, el Beto Márcico, Fabián Vázquez, el Mono Burgos, los mellizos Barros Schelotto, el Guly, el Colorado Sava, Guillermo Pereyra, Pablo Lagorio y el Yagui Fernández.

No le hace falta el trámite de la defunción para pasar a la eternidad. Su legado trasciende los 90 minutos de cualquier partido. Será recordado por siempre como un maestro, el que con ironía cordobesa preguntaba a sus imberbes futbolistas si le pondrían inodoro al auto cuando no invertían en ladrillos sus primeras monedas. Su herencia será, por suerte, más concepto que palmarés: Estudie, trabaje, prepárese, sea prudente en el éxito y leal en la derrota. Si tiene un sueño, embárquese y navegue con templanza en la adversidad, que se arriba a buen puerto siguiendo la ruta de la sabiduría.

Sinó pregúntele al Yagui cómo se hace para salir campeón.

Fuente: Social Fútbol