Previo al inicio de la pandemia en nuestro país, el 68% de las mujeres madres de entre 16 y 59 años participaba del mercado de trabajo. Este porcentaje era menor que la proporción de mujeres activas laboralmente que no tenían hijos/as (73%). Además, la tasa de actividad de las madres declinaba significativamente cuantos más y más pequeños/as fueran los/as niños/as. En el caso de los varones, la tenencia de hijos/as generaba un efecto opuesto: el 97% de los padres participaba del mercado de trabajo, mientras que este porcentaje descendía a 90% para quienes no lo eran.
La crisis sociosanitaria implicó un retroceso en la participación laboral de todas las personas. En el segundo trimestre de 2020, la tasa de actividad de las madres cayó once puntos porcentuales respecto a fines de 2019, solo un punto por encima de la caída para el promedio poblacional. No obstante, dado que ya se partía de un nivel menor de participación laboral, esta caída implicó un retroceso proporcionalmente mayor para las mujeres con hijos/as. La participación de las mujeres sin hijos/as en el mercado de trabajo, en cambio, siguió un patrón similar al de los padres.
La reactivación de la economía a partir del tercer trimestre de 2020 se tradujo en una progresiva recuperación en los indicadores agregados de empleo. Sin embargo, este repunte no fue igual para todos/as. Las mujeres madres de niños/as pequeños/as tuvieron una recuperación significativamente más lenta que el resto. Así, la maternidad, en especial cuando requiere mayor demanda de cuidados, parece correlacionarse con la severidad de las consecuencias negativas de la pandemia.
Esta caída en la participación laboral incidió sobre los niveles de ingresos de la población. En Argentina, la pobreza afectaba previo a la pandemia al 35,5% de las personas; 34% de las mujeres y 37% de los varones. En el segundo semestre de 2020, este porcentaje se elevó al 42% y disminuyeron levemente las diferencias entre géneros: 41,5% de la población femenina y 42,6% de la masculina estaban bajo la línea de pobreza. Estas cifras revelan una incidencia similar de la pobreza entre varones y mujeres; sin embargo, el escenario cambia al comparar madres y padres. Estos/as no solamente presentan mayores niveles de pobreza que el promedio poblacional, sino que además exhiben significativas diferencias entre géneros: entre jefas/es de hogar o cónyuges con hijos/as, la pobreza alcanza al 55% de las mujeres y al 49% de los varones. La situación de vulnerabilidad que atraviesan estos hogares no solo repercute en las madres y los padres, sino que perpetúa la reproducción intergeneracional de las desventajas sociales.
La distribución desigual del cuidado
Las mayores dificultades de las mujeres madres para generar ingresos y participar del mercado de trabajo se vinculan estrechamente con las dinámicas sociales y familiares de cuidado. El cuidado, entendido como un servicio fundamental para el sostenimiento cotidiano de la vida de las personas, se encuentra históricamente familiarizado y, al interior de los hogares, feminizado. Los esfuerzos destinados a contener el avance de la pandemia trajeron consigo una agudización de este fenómeno, ya que el potencial éxito del ASPO se erigía sobre el repliegue de todas las actividades a la esfera doméstica.
Las mujeres concentraban la mayor carga de trabajo doméstico y de cuidado no remunerado ya antes del inicio de la crisis sanitaria. Los últimos datos disponibles a nivel nacional de los principales aglomerados urbanos señalaban que, en 2013, el 89% de las mujeres realizaban este tipo de tareas, en comparación con el 58% de los varones (EAHU, 2013). Además, ellas dedicaban el doble de horas diarias que ellos, e incluso el triple si contemplamos a las madres de hijos/as pequeños. Las disparidades se acrecentaban también en los hogares de menor nivel socioeconómico.
Con la implementación de las medidas que restringieron la actividad, la familiarización del trabajo doméstico y de cuidado se profundizó. Datos recabados en el Gran Buenos Aires indican que el 65% de las familias dedicaron más tiempo a estas tareas, y esta proporción aumentaba a más del 72% en los hogares con niños/as (INDEC, 2020). Esto repercutió, a su vez, en la feminización del cuidado al interior de los hogares: en el 70% de las familias fueron las mujeres quienes absorbieron esa carga adicional (Gráfico 3). La brecha de género se replica al observar el involucramiento de niños, niñas y adolescentes en las tareas domésticas: el 48% de las mujeres y el 39% de los varones menores de 18 años contribuyeron a realizar este tipo de actividades durante los primeros meses del ASPO (UNICEF 2020).
En abril de 2020, el 63% de las mujeres madres declaraban dedicar más tiempo a las tareas del hogar y el 51% se sentían más sobrecargadas; el cuidado de niños/as surgía como uno de los principales motivos de sobrecarga (28%) (UNICEF, 2020). Ellas no solo fueron las principales responsables de las tareas que hacen al sostenimiento de la vida cotidiana, sino que también nueve de cada diez madres fueron las principales acompañantes educativas de sus hijos/as durante el cierre de escuelas (Ministerio de Educación y UNICEF, 2020). Frente a estas mayores demandas de tiempo para el trabajo no remunerado, en julio de 2020 –cuando el ASPO aún regía en gran parte del país– el 22% de las madres que trabajaban declaraban no poder conciliar o conciliar solo parcialmente sus responsabilidades laborales y familiares (UNICEF 2020).
Durante 2021, con algunas marchas y contramarchas, el proceso de retorno a la presencialidad de las actividades laborales y educativas fue creando nuevas dinámicas de cuidado. La reapertura de escuelas y espacios de crianza, enseñanza y cuidado, junto con la posibilidad de cuidadoras y trabajadoras domésticas de volver a sus puestos de trabajo, permitió a las familias reducir la carga de cuidado no remunerado. Sin embargo, el panorama no fue tanto más auspicioso para las madres: en mayo de 2021, aún el 47% de las madres declaraba dedicar más tiempo al hogar y la familia en comparación a la vieja normalidad y su sensación de sobrecarga no había variado (UNICEF, 2021). La proporción de madres que no lograban balancear trabajo y familia ascendía a tres de cada diez. En esta clave, casi un cuarto de las encuestadas declaraba encontrar desafíos para compatibilizar los horarios de la escuela con el trabajo remunerado y el no remunerado. Estas cifras desnudan los desafíos de articular actividades diversas en un escenario de semi-presencialidad, en comparación a las modalidades completamente remotas.