Opinión | Por César Carignano
La pelota fue creada para que habite el campo de juego. Cuando se va afuera generalmente se lleva consigo la chance del análisis, se desvaloriza, se aleja de su esencia. Y con los entrenadores pasa lo mismo.
El estudio, los fundamentos y las conclusiones deben efectuarse sobre lo que ocurre en cancha. Cómo se para un equipo, cómo juega, cómo acciona, por donde canaliza sus búsquedas, su eficiencia, sus resultados. Todo aquello capaz de acontecer en el césped es bienvenido a la discusión.
Desde ese lugar, no hay juicio posible cuando se llevan jugados solo cinco partidos. Sí hay elementos para interpretar intenciones y ver reacciones a las decisiones del conductor, pero es insuficiente para sacar conclusiones tajantes.
Ahora bien, cuando la pelota se va de la cancha y encima le pega en la boca al hincha la cosa cambia. Decir que un club no ha conseguido metas en un centenar de años retumba según el oído y la predisposición a interpretarlo de cada simpatizante. Expresar que los futbolistas están limitados desde su propia psiquis para jugar, lo mismo. Pero callar ante una agresión innecesaria es otra cosa, una mucho más compleja.
Así como cada dirigencia debe conocer las actitudes y no solo las ideas del entrenador que trae, el técnico debe conocer además de la actualidad, la historia, el sentir, la identidad y las necesidades del club al que arriba.
Siempre habrá una primera vez. Tarde o temprano la habrá. Por ello, asumir que uno viene a mimetizarse con lo que ha ocurrido y no a dar un salto de calidad buscando la gloria, es un desacierto discursivo.
Pero por encima de todo, esto se trata de pasiones y de amores. O mejor dicho, de un amor. Uno que en muchos casos -y más allá de los colores- está por encima de cualquier otro amor. Un amor noble que solo busca ser acompañado, guiado por un grupo de futbolistas y su cuerpo técnico.
Un amor que aleja del raciocinio al fanático y lo emparenta con la eterna esperanza y con la fidelidad eterna. Un amor único, ese amor que fue herido profundamente por Comesaña, sin notarlo quizá, cuando relativizó su historia. Y de eso, ni acá ni en La Quiaca ni en Ushuaia ni en ningún otro lugar donde ruede un bolo en esta patria, hay retorno.
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