Alguna vez, un sabio de bicicleta y pluma y cuentos y militancia y pelota me dijo que en el fútbol habitan muchos tipos de fútbol, lejos de la creencia que reduce el balompié que vale al que se ve por tele, con tribunas repletas y campos de juego magníficos.
Está el profesional, el sueño de millones y la realidad de un puñado que más por carácter y superación que por talento natural se sostiene en los grandes escenarios.
Está también el amateur, esas ligas federadas que recepcionan las ilusiones destruidas de enormes futbolistas que por poco no se han graduado para integrarlos a los que trabajan o estudian, o trabajan y estudian pero que no desoyen sus deseos de correr una pelota y se adaptan a la nocturnidad para seguir entrenando sin dejar de hacer lo que los hace comer.
Está también el fútbol de ligas, de las otras ligas, agrupadas por barrio, por región, por profesión o por lo que fuere. Certámenes donde se convive con amistad en el tercer tiempo pero donde se compite a morir en los dos primeros.
Está el fútbol infantil, obviamente. El que atrapa y potencia sueños mientras enseña a jugar a la pelota antes que al fútbol. El que forma, o debería hacerlo, personas que juegan a este deporte y no futbolistas.
Está el femenino, felizmente sentado a la mesa de nuestro juego favorito. Profesionalizado, pero no para ganar dinero sino para ganar derechos, en primer lugar. Derechos que no tuvieron las Santino, pero que si tendrán -luego de no tenerlo por muchos años- las Potassa, las Vanina Correa o las Macarena Sanchez. Derechos que encaminarán y contendrán a miles de pibas de toda la patria.
Y está el fútbol adaptado. Con los chicos síndrome de Down, por ejemplo; con los gigantes albicelestes que compiten en el fútbol de Talla Baja; con Los Murciélagos, que han llenado de medallas a la celeste y blanca de Silvio Velo y compañía. Un fútbol para ver y sentir, más allá de que lo desarrollen futbolistas ciegos.
Pero muchas veces, la lucha del interior detrás del progreso no encuentra ecos acordes a sus méritos. Caricias que reconozcan y estimulen.
Todos los fútbols que conviven en este suelo de arcos de remeras o ramas o piedras y de pelotas hechas con lo que venga, tienen en la sangre un profesionalismo amateur cautivante. Capaz de cambiar estados de ánimos, de llenar de valor a los relegados para animarse a más.
Historias mínimas que construyen triunfos quijotezcos.
"Hola, buenas noches. Todo salió excelente...un marco increíble de gente durante toda la jornada. En estos 16 años que llevo en el Fútbol para Ciegos nunca viví algo parecido en una fecha de campeonato... lo de la gente fue emocionante".
Marcelo González, entrenador de Los Búhos, el equipo de ciegos del fútbol santafesino, escribió este mensaje.
Los dos triunfos de la fecha jugada el fin de semana no fue el motivo de la emoción. Ese sentimiento que llena de lágrimas dulces tiene su origen en el acompañamiento del público.
Público que definitivamente sentó a este grupo de futbolistas a la gran mesa del fútbol santafesino, abriendo los ojos de muchos comunicadores incluso.
Historias mínimas que construyen triunfos quijotezcos. Historias que agrandan la cancha ratificando que en el fútbol hay espacio para todos aquellos que quieran jugarlo.