China sufre un incremento sin precedentes de contagios por Covid-19, la enfermedad que ahora los expertos insisten en llamar “nueva gripe”, término con el que pretenden aflojar la carga negativa asociada popularmente al coronavirus.
Explosión de contagios, hospitales llenos, apertura de nuevas clínicas de fiebre, farmacias desabastecidas, crematorios saturados y profesionales médicos doblando turnos, si no han caído enfermos por el virus. Este es el escenario del descontrol de la situación pandémica en China.
El alcance real de las infecciones es “imposible” de determinar, según reconocen desde el Gobierno chino. China llevaba un conteo exhaustivo diario de los casos infectados, ahora no hay números fiables, ni de infectados, ni de muertes. La provincia más golpeada es Guangzhou, al sur del país, pero los contagios se extienden por todo el territorio.
La verdadera preocupación de la gente ahora es acceder a servicios médicos y medicamentos, ya que muchos se sienten desprotegidos ante el virus, sin poder comprar antivirales o test PCR. De todos modos, no todas las ciudades viven la falta de recursos médicos de igual modo. De hecho, los lugares más afectados suelen estar lejos de los focos de las cámaras, en la China rural.
La baja patogenicidad de la variante ómicron dominante no evita que la ciudadanía sienta miedo, sobre todo después de tres años de discurso oficial demonizando al virus y agradeciendo las medidas estrictas del Gobierno para proteger a su pueblo.
El cambio en las medidas de prevención y control de la Covid fue drástico. A los pocos días de la relajación de restricciones y testeos masivos, comenzó la ola de infecciones por todo el país, que aún se espera siga creciendo hasta mediados de enero de 2023.
Ahora estamos en un momento crítico en el que el Gobierno chino debe demostrar que realmente no han pasado tres años en balde. Esperemos que el saldo de esta primera gran ola de contagios en China no se mantenga más en la opacidad.
Fuente: AFP