El fútbol es, seguramente, el deporte colectivo más difícil de reducir a números. Las estadísticas describen algunos elementos del juego dejando fuera del análisis cuestiones cualitativas imposibles de medir.
¿Cuántas diagonales para generar espacios realizó un delantero? ¿Cuántos pase-gol no se consideran asistencia porque la pelota no terminó en el fondo del arco? ¿Dónde y cómo tuvo el esférico un equipo que al final del juego detenta un setenta por ciento de tenencia?
Esas valiosas cuestiones, y tantas otras, escapan a la estadística.
Sin embargo, hay números que marcan tendencia, que consolidan lugares de privilegio en la tabla y que invitan a recorrer los procesos detrás de esa matemática impactante.
El Colón de Eduardo Domínguez, es uno de esos casos.
Puntero, invicto, con más goles que nadie y menos que ninguno en su zona, con puntaje ideal y con una diferencia de puntos y goles que lo acercan a la clasificación para la próxima instancia con menos de un tercio del campeonato recorrido. Así podría describirse al Sabalero en términos cuantitativos.
Pero detrás de ello, o delante si prefiere, hay formas. Formas que delimitan un estilo. Estilo que se ha convertido en identidad en la trinchera rojinegra, con el hombre de barba sentado en el banco.
Domínguez comenzó su segundo ciclo poco antes de la suspensión del fútbol por la pandemia. Ciclo que se vio alterado e incluso suspendido, en un breve lapso, durante el incierto año pasado. Pero retomó cotidianeidad en agosto para reforzar la idea madre de aquellas primeras semanas tras su arribo: la intensidad.
El actual cuerpo técnico rojinegro no deja nada librado al azar, dentro de sus posibilidades. Evidentemente hay cuestiones de responsabilidad institucional donde poco pueden hacer, pero las mismas cada vez ocurren más lejos del plantel. La armonía domina un espacio que ha sabido construir el entrenador basado en su búsqueda deportiva y en su experiencia anterior dentro del club.
En el día a día, todo es supervisado. Esa es la clave para exigir. Se entrena con intensidad alta en cada momento, incluso en los de recuperación tras un partido. La concentración no baja y la atención es permanente. Quien lo entiende, compite; quien no, cede terreno.
Lo destacable es que el grupo ha hecho carne ese método. Gane, empate o pierda. Los ha convencido, Eduardo, y eso es un valor primordial en este juego, tan técnico como emocional por estos días.
El conductor, además, hace hincapié en estimular la lectura de los partidos por parte de sus jugadores para que decidan por sí mismos. Lógicamente, él corrige, modifica y toma las decisiones troncales, pero pretende un equipo que lo ayude a pensar e interpretar el desarrollo de cada partido.
Futbolísticamente, hace un arte del control del adversario. Neutralizar es clave, pero es imposible hacerlo sin inteligencia. Esa es la inteligencia que estimula diariamente en el grupo. Demás está decir que Colón no acumula gente detrás de la pelota sino que defiende hombres y espacios de manera ordenada. Y cuando no puede lograrlo -los primeros veinticinco minutos ante Aldosivi, por ejemplo- sabe resistir sin perder la cabeza.
Algunos metros más atrás, otros tantos más adelante, sobre el centro del campo o sobre un lateral determinado el equipo sabe conducir al rival a los errores. Y allí nace la otra fase principal de esta historia: el ataque.
A Domínguez no le interesa la tenencia lateral, aunque la asuma algunos instantes si es necesario. Pregona y cree fervientemente en la practicidad, en los ataques directos. Cuatro, cinco, o si es posible menos, pases precisos para correr al arco de enfrente con la misma intensidad que recupera. Esa es la idea. A veces sale, a veces no. Un equipo que busca eficacia, más que brillo.
Y una vez allá, lejos de Burián, se presiona rápido tras la pérdida, se muerde en todos lados para recobrar el control e ir velozmente de nuevo. Así se hace cargo del protagonismo este Colón. Formas hay muchas. Esta es la de su actual entrenador.
Para llevarla a cabo es necesaria una alta dosis de precisión. Tener pocos receptores e ir rápido implica extremar la dirección de los pases. Por ello, el número de equivocaciones es alto, porque los pases conllevan riesgo. Pero se entiende como parte de la evolución. Ahora bien, cuando se encuentran pelota y hombre en el lugar indicado, armando una secuencia prolija de combinaciones, Colón lastima.
Tiene mucha dinámica por los costados, mucha madurez en la parte central de la defensa y el mediocampo, y una cuota de jerarquía técnica determinante en la zona de fuego.
El mejor Colón concretará más, rematará más pero no tendrá seguramente una forma de ataque muy diferente. Y no hablo de dibujos tácticos, hablo de formas de crecer en el campo. Si está fino acumulará méritos y estará cerca de ganar, si no está fino dará sensación de inconexo. En cualquier opción, el orden no se negociará. Porque el orden siempre da posibilidades.
Este equipo ha ganado por detalles varios juegos, pero en los últimos dos le ha agregado merecimientos. Y eso no es un punto de crecimiento. Que le conviertan poco y que los mano a mano en su arco sean por errores individuales y no de sistema, describe lo difícil que es llegarle con claridad.
Las ausencias forzadas y el crecimiento de varios pibes han ampliado el plantel y ahora el problema, de los mejores según los técnicos, es administrar abundancia y no escasez.
El análisis del juego -siempre- debe alejarse de los gustos. Los resultados, en lo posible, deben alejarse de las interpretaciones de lo ocurrido. Pero cuando las formas son las de este Colón, la contundencia no es fortuita sino necesaria, porque es una manera de buscar.
Alcanzará en ciertos momentos y en otros no. Ha pasado y pasará. Superará rivales y cederá ante otros, pero el equipo de Domínguez, ese que ha enlazado siete triunfos al hilo en Primera hace un par de años, y este que está teniendo el mejor arranque en la élite de nuestro fútbol en toda su historia, sabe a lo que juega.
Y mal, honestamente, no le va.