El 25 mayo, Manuel Belgrano dictó su testamento en el cual declaró heredero a su hermano Domingo. Lo nombró patrono de las escuelas para las cuales había donado 40.000 pesos oro y le pidió que se encargara del cuidado y crianza de su hija Manuela Mónica.
La última noche
La noche del 19 de junio de 1820, la última de Belgrano en este mundo, su amigo Celedonio Balbín lo visitó en su lecho de enfermo terminal.
Belgrano expresó: “Amigo Balbín, me hallo muy malo, duraré pocos días, espero la muerte sin temor, pero llevo un gran sentimiento al sepulcro: muero tan pobre, que no tengo cómo pagarle el dinero que usted me tiene prestado, pero no lo perderá. El gobierno me debe algunos miles de pesos de mis sueldos; luego que el país se tranquilice lo pagarán a mi albacea, el que queda encargado de satisfacer a usted con el primer dinero que reciba”.
La noche fue agitada y a las 7 de la mañana del 20 de junio de 1820, sin que nadie lo notara en esa caótica Buenos Aires, moría Manuel Belgrano. Alcanzó a decir unas últimas palabras: “Yo espero que los buenos ciudadanos de esta tierra trabajarán para remediar sus desgracias. Ay, Patria mía”.
Los periódicos
Un periódico de Buenos Aires, El Despertador Teofilantrópico, dio aviso de lo noticia: “Es un deshonor a nuestro suelo, es una ingratitud que clama el cielo, el triste funeral, pobre y sombrío que se hizo en una iglesia junto al río, al ciudadano ilustre general Manuel Belgrano”.
Ni la Gaceta, que era el periódico oficial, ni El Argos, que en su subtítulo mencionaba tener cien ojos para ver la realidad, informaron sobre la muerte de Manuel Belgrano. Para ellos no fue noticia.
