En un pasado no muy lejano, los productos electrónicos eran fabricados para perdurar. Sin embargo, con la aparición de la obsolescencia programada, los fabricantes comenzaron a diseñar deliberadamente productos con una vida útil limitada, forzando a los consumidores a comprar nuevas versiones de los mismos dispositivos. Este fenómeno no solo impacta nuestros bolsillos, sino también el medio ambiente, generando una avalancha de desechos electrónicos.
Etiquetado energético y economía circular
Francia, siempre a la vanguardia en legislaciones proambientales, introdujo una ley pionera: el etiquetado energético. Esta medida evalúa la facilidad de reparación de dispositivos en una escala del uno al diez. Cuanto más fácil sea reparar un producto, mayor será su puntuación. Además, el etiquetado considera la disponibilidad de repuestos, promoviendo así la economía circular, donde la reutilización y reparación son fundamentales.
Según un reciente Eurobarómetro, el 77% de los europeos preferiría reparar sus productos antes que reemplazarlos, y el 79% cree que los fabricantes deberían estar legalmente obligados a facilitar la reparación o reemplazo de componentes. Además, el 77% de los ciudadanos se siente personalmente responsable de actuar para limitar el cambio climático.
La ley de etiquetado energético aplica a una amplia gama de dispositivos, incluyendo notebooks, smartphones, lavarropas, televisores y cortadoras de pasto. Además, se planea expandir y profundizar esta iniciativa; para 2024, se pretende incluir también un índice de fiabilidad y solidez en la etiqueta.
Hasta el momento, en Argentina, lo más similar que tenemos al etiquetado energético es la Etiqueta de Eficiencia Energética, que se utiliza para indicar el consumo de energía de los artefactos, electrodomésticos o gasodomésticos.
