Suele decirse que existen tantos métodos como entrenadores. Y algo de eso es cierto porque más allá del trazo principal de una idea, las peculiaridades de cada conductor, su experiencia, su personalidad, el material que administran y la interpretación de la propia intención global definen el rumbo. Diferencias, para ponerlo en una palabra, que distinguen a cada uno, que los hace únicos.
La llegada de Gustavo Munúa era una incertidumbre total. No por desconocimiento de sus formas sino por la ausencia de muestras previas en el complejo fútbol argentino para tomar de referencia. Pero frenemos acá y volvemos al principio: las ideas y los hombres.
La sed de protagonismo, el dibujo preferido con un doble-cinco bien marcado y con tres medias puntas detrás de un centrodelantero son, a grandes rasgos, los aspectos que se conocían del uruguayo antes de su arribo. Un esbozo de idea. No más que eso.
Sus particularidades, su carácter, su interpretación de cuándo y cómo ser protagonista y los momentos del juego donde aparecería eso dibujo predilecto, comenzaron a conocerse desde que se hizo efectivamente cargo de este grupo.
Y las sensaciones fueron buenas de entrada.
No haber modificado nada de lo bueno fue un gran acierto. Los golpes de timón severos precisan una crisis deportiva seria o una apuesta muy riesgosa del DT recién arribado para hacerse presentes.
Y aquí, por suerte para Unión, eso no sucedió. En parte, porque el momento deportivo era irregular -como casi todo el fútbol nacional- pero no crítico; y en parte, porque el ex arquero demostró un grado de sensatez muy conveniente al llegar.
Eso se llama gestión: administrar sin conflictos innecesarios, con perfil bajo, credibilidad y muñeca.
La instalación de su idea no se emparenta con el dibujo, exclusivamente, ni con ser protagonista todo el tiempo. Pero sí se nutre de ambas. Prepara los momentos para doblegar el rival, a veces retrocediendo y en otras avasallando para ser intenso en el rato de protagonismo que el partido le ofrece antes que ser previsible. Esa es una gran virtud.
Mueve las piezas con sigilo, no ha hecho cambios rotundos, pero les ha dado confianza, la hermana mayor de la armonía sin lugar a dudas. Por eso Nardoni y Roldán -descubrimiento del entrenador como tándem- juegan con la soltura, la responsabilidad y la productividad que lo hacen, por eso Márquez o Luna Diale juegan alternadamente uno detrás del otro y por eso los jugadores ofensivos por los laterales de a ratos son extremos y de a ratos son volantes de overol, dando una mano.
Por momentos es protagonista, Unión; y por momentos el dibujo es el preferido del conductor. Pero el Tate no vive permanentemente en ese estado sino que lo prepara y lo ejecuta tras observar que partido toca jugar. Esa es otra virtud: pasar de ser lo que era el equipo a lo que el técnico quiere que sea, de a poco, sin sobresaltos.
Y eso también es gestión: no invadir espacios de seguridad sino aprovecharlos para ir introduciendo la idea propia.
El otro punto alto, más allá del resultado que arrojen los noventa minutos, es la ubicuidad de los futbolistas. El saber quién es titular y quién, al menos hoy, no lo es. Eso genera autoestima en todos, en el que juega y en el que no lo hace. Saber donde se está es clave para pugnar por un lugar. Sentir que los errores no se castigan con dejar el equipo o saber que ni siquiera un buen desempeño garantiza seguir en el once estelar desconcierta. Siempre. A todos. Y allí radica la otra gran virtud de Munúa.
Esto también, indudablemente, es gestionar: orientar y marcar reglas claras y simples para que todos peleen por lo suyo y puedan demostrar el enorme aprendizaje adquirido con Azconzábal.
Son pocos los partidos que el nuevo entrenador ha dirigido como para concluir o para hablar de una identidad solidificada, pero el temple del equipo ha cambiado, la seguridad es visible y el respaldo a la propuesta -al igual que con el Vasco y Mosset- es total. Y aunque la eficacia sea un punto a trabajar fervientemente, reconocer que los últimos tres juegos este equipo fue superior a interesantes rivales es innegable, como también lo ha sido la capacidad para contagiar como se debe contagiar en el fútbol: desde el césped y hacia las tribunas.
Unión ha sorteado el mayor rival en el arranque de un nuevo proceso: la ausencia de resultados en el inicio. Es momento, ahora, de soñar con el juego que ha demostrado y no solo con las palabras en un posible regreso al fútbol continental. Pero sobre todo, es momento de seguir potenciando a este grupo de jóvenes que comienzan a ser presente y que pueden llegar a ser futuro, historia y capitalización para la entidad rojiblanca.
Eso también precisará gestión, por eso también, el elegido ha sido Munúa.