Frente al mandato que romantiza las fiestas de fin de año y las asocia a momentos exclusivamente “felices" y de "unión”, cada vez son más las personas que intentan romper con el molde de tener que celebrar sí o sí en familia, -incluso de celebrar-, si el deseo no es genuino.
Para quienes simboliza un momento de reencuentro feliz no hay grieta ya que es una verdadera oportunidad para cerrar el 2022 junto a las personas elegidas. Pero, ¿qué pasa con todas aquellas otras personas que son juzgadas y criticadas por no tener ganas de celebrar? La culpa de no encajar exacerba el estrés, profundiza los casos de depresión y ansiedad y, en muchos casos, aumenta la sensación de culpa por sentirse “distinto” al resto.
Quitar el velo romántico de la navidad
En dialogo con NA, la psicóloga Victoria Gómez Bonilla dice que es importante visibilizar a todas aquellas personas que tienen decidido no festejar sin emitir juicios ni opiniones. “Hay que tener especial cuidado (y consideración) con quienes sufren las fiestas. Son épocas donde las ausencias se hacen muy presentes, potenciado por el constante bombardeo de imágenes y mensajes comerciales que invaden las redes sociales y nos imponen que es momento de celebrar en grandes mesas familiares y, además, de estar felices. La comparación nos mata, sobre todo si estás deprimido o tuviste un año difícil y no tenés ánimo para festejar.”
La falta de un ser querido, una separación reciente o la imposibilidad de reunirte con tu familia por encontrarte lejos o cumpliendo horario laboral (como ocurre con los profesionales de la salud, bomberos, personal de seguridad, entre otros) en muchas personas provoca rechazo y fobia a las fiestas.
“Muchas veces predomina otra necesidad por encima de la reunión familiar y es necesario que como sociedad empecemos a normalizarlo: no tiene nada de malo quedarse en casa mirando una película. Si este año tu deseo te mueve hacia otro lado está bueno escucharlo y permitírtelo”.
La cuestión económica tampoco es menor. “Hay familias que no tienen el dinero suficiente para llenar una mesa de navidad o un árbol con regalos para todos”.
¿Qué pasa con aquellas familias ensambladas o matrimonios recién separados donde los hijos se dividen para pasar una fecha con cada uno? Para la madre o el padre que le toca estar sin sus hijos por primera vez es lógico que las fiestas provoquen angustia y rechazo.
“El escenario puede ser similar para las familias que tienen un integrante enfermo o perdieron a un ser querido en el último año: También es esperable que no sientan deseo de reunirse porque la silla vacía va a renovar la falta y con ella, la angustia contenida”, agrega Gómez Bonilla.
El deseo por encima del mandato
Por su parte, Violeta Vázquez, terapeuta holística y fundadora de la escuela de biodecodificación BioRizoma, acerca una reflexiona a NA desde su propia experiencia: “Pasé muchas fiestas sola con mi mamá, sola con una pareja, sola con una hija. Alguna que otra en una guardia médica sintiéndome desdichada porque yo no sé qué es lo que tendría que estar festejando. Al mismo tiempo, un año después de ser madre me separé y desde entonces, hace once años, paso una fiesta sin hijos. Esto requiere una revisión urgente de las fiestas: Está lleno de gente que no festeja, de gente que se siente sola, de madres y padres buscando señal a las 12 para poder escuchar la voz de sus hijo/as porque los convencieron de que es un momento importante de sus vidas que ellos se están perdiendo”.
Siguiendo esta línea, analiza: “Me pregunto si no es hora de mostrar las lagunas vincularse que tenemos algunos a la hora en la que aún nos venden una familia feliz, producto publicitario, modelo económico y capitalista de riqueza, dónde la diversidad de las familias ensambladas se esfuma. Porque se nos exige ser lo que ya no somos ni elegimos ser”.
Sugerencias para reducir el estrés y la angustia en las fiestas:
-Recordar que no estamos obligados a pasarlo con personas que no deseamos ver por más que sean parte de la familia.
-Cortar con la presión consumista de comprar regalos a todo el mundo: a veces no se cuenta con suficiente dinero ni tiempo.
-Tenemos el derecho a decidir no participar de las cenas familiares si consideramos que eso nos va a perjudicar emocionalmente. Y está bueno vivirlo sin culpa. “Hay que empezar a romper con la creencia de que hay que juntarse por tradición para hacerlo si realmente tengo ganas de estar sentado en esa mesa con verdadero deseo”, desliza Gómez Bonilla.
-Avisar a una persona de nuestra confianza dentro del grupo familiar si nos sentimos incomodos con determinados comentarios o personas invitadas a la cena. La contención y el lazo de seguridad que brinda una persona de confianza puede ayudar a reducir el estrés y disipar tensiones.
-Recordar la importancia de no opinar sobre los cuerpos ajenos en la cena y de evitar comentarios que puedan incomodar a las personas presentes.
Ambas terapeutas coinciden en que la pauta general debería responder al deseo genuino por encima de las tradiciones y los mandatos. Quizás sea en estas fiestas la primera vez que te toca estar sin tus hijos, trabajando lejos de tu familia, o no tengas ganas de celebrar y prefieras estar solo en tu casa comiendo una pizza y viendo películas. Y está bien: todas las opciones son válidas.
El desafío, según indican, será aprender a reconocer qué hacemos por deseo y a qué nos seguimos sometiendo para dar respuesta a imposiciones que ya reconocimos y no nos hacen bien.
Fuente: NA