En las jugadas clave, al decir de las autoridades del arbitraje argentino, no hubo errores. Y por antipático que resulte escucharlo ahora, cuando la corriente solo va hacia un lado, pueden tener razón en esa lectura. Porque la posición adelantada que anula el gol del Patrón fue correctamente sancionada y porque existe contacto de Giani con Calderara en el inicio de la jugada que termina en gol agónico -que no fue tal- de los entrerrianos.
Ahora bien, ¿fue suficiente el contacto como para provocar esa caída? ¿Hubiesen actuado los árbitros del mismo modo si las camisetas hubieran estado invertidas? Las preguntas de siempre, cargadas con una dosis grondoneana de suspicacias. Respecto al peso de las camisetas el conjunto de Sava puede esgrimir, con videos e imágenes de respaldo si quiere, que la del Guapo pesa como pocas, mucho más de lo que marca su historia “pre-tapiana”. Sobre la violencia del contacto la cuestión es más relativa. O dicho de otro modo, deja margen a la bendita -o no tanto- interpretación. Aunque para ser consecuente, no creo que un vientito pueda derribar una casa de ladrillos.
Preguntas sin respuestas absolutas. Dudas que se alimentan de los que forman opinión, la que sea, y de los que repiten cual loro hogareño sin tomarse siquiera el tiempo de ver las imágenes en contexto.
Contexto… buen término para ir al grano. El mejor término para ir al grano.
La irracionalidad en el enojo del entrenador rojinegro, psicólogo social y escritor entre tantas cosas, no está emparentada solamente con las dos jugadas que continúan en el escenario mediático. Porque reitero, más allá de la sensación popular, ambas tienen defensas -sobre todo la del penal- legales de la mano del criterio de interpretación.
El enfado de Sava, el mismo que el de sus jugadores, nace mucho antes. Allí donde pocos miran y menos analizan. En las situaciones que crean el clima de un partido. En las minucias que marcan el rumbo de un encuentro. En lo va delineando el contexto del match.
Es la acumulación de calor la que hace explotar el volcán, no el fuego que se lleva las fotos, del mismo modo que un iceberg no llegaría a ser una sorpresa letal sin los metros de profundidad y anchura que lo sostienen desde donde nadie mira.
Todo Patronato tenía razones de sobra para entender, anoche, en un estadio que no está homologado para el sistema de VAR, donde juega el equipo del presidente del fútbol nacional, que ganar sería vencer a mucho más que un equipo.
Una plancha plausible de amarilla al minuto que no es sancionada como tal; una doble amarilla por pisotón que no es vista por ninguno de los más de diez ojos que observan ahora nuestro fútbol; infracciones pequeñas -que son gigantes en la moral del futbolista- que pesan diferente dependiendo si es el rojo o el blanco el color que acompaña al negro en la camiseta; un árbitro asistente que cobra faltas -que no lo son- con dotes artístico esperables de su apellido pero sorprendentes para su rol.
Detalles, dirán algunos. Faltas menores, pensarán otros. Señales, elijo pensar en voz escrita, sin temor a equivocarme, señales manifiestas y voluntarias para crear climas.
Generar tendencia en un partido es mucho más nocivo para la victima y mucho menos perceptible para el sistema que arriesgar prestigio -si es que queda algo de ello en algunos- en jugadas muy visibles.
Muchas veces, pasa inadvertido. Pero a veces… a veces todos se convierten en futbolistas un rato, se paran a ver lo habitualmente invisible y descubren lo que el jugador interpreta en pocos minutos sobre el césped: que hay batallas que ni siquiera con perfeccionismo se pueden ganar.
Los poderosos saben como hacer las cosas para que los menos protegidos, en sus reclamos, queden expuestos como los violentos, como los irracionales. En la cancha y en muchos otros lados.
Nadie le devolverá nada al rojinegro de Paraná. Pero al menos por un ratito, involuntariamente porque solo quisieron jugar un partido de fútbol, visibilizaron la impotencia de seres que son tan humanos e imperfectos como cualquiera.
Las respuestas nunca estarán del todo claras, pero para acercarse lo más posible, vale más buscarlas en el origen que en el final de la película.