Hacia mucho no ocurría en la selección Argentina de fútbol. Nunca, con seguridad, con Lionel Messi siendo parte determinante desde el juego, la conducción y el liderazgo. Jamás en sus años albicelestes, vestido de mayor, el juego del conjunto nacional cautivó como ha logrado hacerlo en este último tiempo.
Motivos seguramente sobren. Visibles para nosotros, los de afuera, algunos. Invisibles para los que solo analizamos el juego, otros tantos.
Siempre ha sido complejo intentar colocarse en el pellejo del otro. La empatía no es un ejercicio tan realizado en comparación con lo que se la nombra. Pero para los que intentamos imaginar cómo se convive con la carga de jugar sabiendo que las frustraciones propias son crímenes imperdonables para algunos y la caída de la única sonrisa cotidiana posible para otros, es un acto habitual. Aunque no siempre se logre en su real dimensión.
Es curioso, pero la respuesta a estas cuestiones han aparecido en la alegría y no en la tristeza.
¿Cuánto pesaba la mochila de estos futbolistas? Indeterminable desde sus miradas al piso y sus llantos por lo parecidos que resultaron a nuestra forma de exteriorizar el dolor. Sin embargo, la felicidad que destilan, la soltura con la que bailan sobre el césped, el brillo de sus ojos y su juego tras el título en Brasil sí permite medir el peso de aquella carga.
Bloqueaba, anulaba, cegaba, petrificaba casi al extremo y a la mayoría la continua adversidad. Se percibe ahora, cuando la paciencia se impone a cualquier nerviosismo, cuando la confianza se devora los fantasmas, cuando las convicciones se transmiten sólidas.
Se nota y se siente ahora, que han hecho del seleccionado su casa. Sí, su casa. La comodidad y la plenitud de la mayoría es más notoria con la casaca nacional que en sus clubes. Y Eso es un tesoro.
La capacidad y amplitud del cuerpo técnico han hecho lo suyo, lógicamente. Con Scaloni a la cabeza y con Pablo Aimar en su aparente segundo plano pero con gran influencia en los futbolistas, al conocimiento del mundo albiceleste le han agregado mesura, herramientas y contención. Además de aportar hallazgos interesantísimos que son realidad bajo esta camiseta.
Pero el título ha sido la llave. Lo sabemos recién ahora, nosotros; lo supieron siempre, ellos. Bienvenido que así sea.
El protagonismo es repartido, el crecimiento general, las promesas actualidad pura, los referentes ejemplares y el lenguaje futbolístico, uno solo. Más allá de los dibujos, claro está. Y de los nombres propios.
Incluso al engaño se le ha revelado este grupo.
Primero, el de creer que con ser campeón se había conquistado la cima. Han demostrado madurez y desenamoramiento del logro. No se han quedaron anquilosados en el bello recuerdo sino que se han alimentado de él para hacerse mejores. Allí sí, la habitualidad del capitán a las vueltas olímpicas y su hambre permanente se han irradiado al grupo.
Y segundo, para no creer que lo que se hizo ante Uruguay es un nuevo piso. Fue un juego cercano al techo conocido de la mayoría con estos colores., no algo habitual. No hay partidos iguales y creer que ese partido será habitual sería un error. Y lo entendieron todos. Y desenmarañaron a los hermanos peruanos -por favor, memoria- con paciencia y buen juego.
No habrá finales de ningún torneo antes del mundial. No se expondrá a ello este grupo, en consecuencia, no hay razón alguna para sufrir un golpe anímico negativo de dimensiones preocupantes. Y eso es una gran noticia si aquí no se pierde el eje ni el norte, aunque en rigor más que norte sea oriente.
Partido a partido, como hasta ahora, disfrutando responsablemente de su juego y amparados en el crédito que ellos mismos han generado. Nada más.
Ese es el camino, sintiendo esta camiseta y disfrutándola como se disfruta el lugar propio.
Por fin es, la Selección Argentina Fútbol -no la AFA- el cálido hogar de los futbolistas argentinos, el lugar al que quieren volver incluso antes de partir.
Que no parezca poco.