Alguna vez el Estrella Polar y el Deportivo Belgrano protagonizaron, en el mundo de las ideas hecho textos para siempre del gordo Soriano, el penal más largo del mundo. Fue ficción de arranque y realidad luego, porque hubo penales tan largos como los que narra el monumental escritor en la provincia de Santa Fe, para no ir más lejos.
Una semana transcurrió, según Osvaldo, entre la hecatombe tras la sanción del penal y la ejecución. Un mundo, en términos de tensión y ansiedad. Una vida, en términos de sentimientos de hincha.
En ese marco, es mucho. En el marco de la espera de una final, es poco. Sin embargo, hay finales que superan los siete días desde su confirmación hasta su realización. No será fácil encontrar puntos de concordia entre Soriano y quienes dirigen el fútbol argentino actualmente, pero que esta final para Colón es la más larga del mundo, es indudable.
River la piensa hace poco, porque tuvo el foco todo el tiempo en sacar la única espina que habitaba la extensa pradera de verde césped que hizo germinar Gallardo en Núñez: la liga local. En cambio, el Sabalero la piensa hace meses. Sí, meses. Cuatro y medio -horas más, horas menos-, para ser más exactos.
Desde el preciso momento en que conquistó en San Juan la máxima de sus glorias supo que allá lejos, cerca de Navidad, jugaría una nueva final. ¡Final, final, eh! Final posta, de las que obsequian estrellas porque la juegan los que ya conquistaron algo antes. Ese 4 de junio Colón colgó su estrella y supo, instantáneamente que tiempo después se jugaría a todo o nada, en noventa y pico de minutos, otra más.
Y no es fácil. No es fácil el día después de hacer historia. ¿Cargarse la mochila del campeón o no? ¿Asumir protagonismos no muy habituales por el escudo dorado, privilegio temporal de monarcas, que luce en su divisa? ¿Mantener la línea de juego o intentar modificarla? ¿Y la concentración? ¿Y el hambre de gloria? ¿Cómo se lo mantiene a flor de piel sin distraerse un poco pensando en lo conseguido cuando centenares te dicen gracias antes que hola en cualquier parte? No. Decididamente, no es fácil.
Si se hubiese jugado antes el rojinegro hubiese sido inexorablemente más parecido al campeón. Ahora, en cambio, el equipo ha cambiado. Porque el tiempo lo cambia todo, quiera uno o no lo quiera uno. Y porque no quedan Pulgas de alegría en el Barrio Centenario. La vida es así. Nada se sostiene inmune al paso del tiempo. Y ahora, ¿cuánto se parece el Colón que buscará la segunda estrella al Nobel que adquirió su parcela celestial hace un tiempo?
Cuatro meses y medio pasaron. Una decena de lesiones, otra de suspensiones. Rendimientos mejores y rendimientos peores comparados con el paraíso sanjuanino. ¡Veinticinco fechas pasaron! Once triunfos, seis empates y ocho derrotas. No es poco. Y no es fácil ser el de junio.
Lo bueno es que para reencontrarse basta con repensarse. Uno y todos, individual y colectivamente, en simultáneo. Como grupo y como familia, esa es la mejor forma. Y como todo momento que se recuerda con estima y emoción, su reconstrucción es posible. En una noche de anécdotas del secundario, con el aporte de cada uno, la imagen del pasado se hace presente con detalles que se expresan en la personificación que cada uno hace de sí misma. Dura poco, es verdad. Pero se puede.
Esa es la ilusión del hincha: que los futbolistas y sus ideas digitadas por el Barba se reencuentren plenamente por un rato. Noventa, noventa y pico de minutos le piden a sus jugadores. Les piden lo que han hecho pila de veces porque detrás de esa conclusión simplista llamada irregularidad el análisis con ganas encuentra muchas buenas cosas. Colón va a la Libertadores por su estrella, pero si no se lograba por ahí, terminaba yendo igual por el año completo. Entonces, irregularidad un rábano. Momentos bipolares, claro que sí. Pero no como todos: menos que todos. Ahí hay mucho bueno, si se sabe y se quiere buscar.
Créansela muchachos. Crean en ustedes. Limpien la herida rojiblanca porque no va a cicatrizar rápido. No esperen que cicatrice, ¿o nunca jugaron en la esquina o en el baldío con la canilla abierta? No jodamos, viejo. Crean en el tipo que le cambió a la vida a ustedes y a centenares de miles. Crean en Eduardo; crean en ustedes.
Noventa minutos pueden igualar o acercar realidades distintas hasta sentarlas a la misma altura. Ya lo vivieron. Visualicen lo mejor, en sus ojos y en los de al lado. El público les llenará el corazón cuando pisen el césped y mucho antes también. Pero tras el pitazo inicial serán ustedes, sus entrenadores, sus ideas y sus autoestimas. Nadie más.
Cuatro meses y medio esperando. Ustedes y los suyos. Jugando, entrenando, viviendo y sufriendo la cotidianidad sabiendo que a la vuelta del campeonato estaría este partido.
Vayan y vívanlo, siéntanlo y compítanlo. Se lo ganaron. Están a la altura si se convencen, aunque en definitiva, nadie, absolutamente nadie, sabe a ciencia cierta cómo prepararse para la final más larga del mundo.