Una curva larga esperó al “Lole” para la bandera a cuadros. Cuarenta días de dolor físico intenso fueron apagando ese motor, que se quedó sin nafta, sin vitalidad, como aquél gran premio de Argentina de 1974, con Perón en el Palco y el piloto de Fórmula Uno lamentando el mal cálculo de su equipo con el combustible del auto. Por desgracia, por lo menos para los santafesinos, aquel joven de ojos claros y porte hollywoodense fue el responsable que toda una ciudad viva su peor infierno y el responsable de ejecutar el más gravoso modelo social y económico que vivió el país en los años noventa, sólo superado por la persecución de las dictaduras – sobre todo la última – que dejaron no sólo la tierra arrasada sino el dolor de la desaparición de personas.
Reutemann, si faltaba mencionarlo, fue el que encabezó en el pasado reciente, ese espacio que sólo una “esperanza blanca” podría liderar. La síntesis que el círculo rojo necesitaba para llevar adelante su modelo de negocios y exclusión. Con una excepcional virtud: su imagen penetraba en los barrios, en los sectores populares, agradaba. Sin hablar mucho, sin formación política, sin grandes ideas que comunicar. De eso se encargaba su staff que ya traía la receta de otras latitudes. Fue el equipo de prensa de Menem el que probó el ensayo en los medios rosarinos, cuando Evaristo Monti (hace poco fallecido) anunció por radio que “Lole” iba a ser candidato a Gobernador en 1991. El resto es historia conocida.
Así, el corredor de autos, el tiempista, fue aprendiendo a su modo el lenguaje de la política. Supo que callar, a veces, al decir del CEO de Clarín, es “sinónimo de inteligencia” y así fue creando su propia corteza, su cápsula. En definitiva su bloque de poder, donde reportaba y tributaba la Iglesia, el sector financiero, el sindicalismo entreguista y empresario – como los popes de Obras Sanitarias, por ejemplo – y, no menos importante, el Poder Judicial. Así fue tejiendo con minuciosa paciencia su propia red, la que indicaba el olfato, el mismo que lo ponía en alerta en cada curva cerrada a 300 kilómetros por hora al borde de la muerte. No es zonzo el olfato.
“Lole” armó su profilaxis legal en poco tiempo. Puso a su pariente político Rafael Gutiérrez en la Corte, después a su principal asesora mujer, María Angélica Gastaldi en el mismo lugar. Luego acordó con el radicalismo usandisagusita los espacios de control como el Enress o incuso la Corte. Por si fuera poco, alcanzó a apretar lo suficiente a Jorge Obeid para que enviara el pliego de Agustín Bassó en 2007 para el cargo de Procurador. Nada fue improvisado. En poco tiempo, el “mudo” - como lo descalificaban sin intensiones de lastimar en sentido real, algunos dirigentes de la oposición – tenía garantizado los negocios principales del Estado, o desde el Estado.
Controlaba la justicia, sometía a los gremios mayoritarios y así fue alejándose del pueblo. Su indolencia era tal, que “el mudo real” lo puso en evidencia en 2001, cuando dio la orden de tirar en la represión de diciembre en la que murió el “Pocho” Lepratti. Pero su falta de empatía, de razonabilidad, de gestión –sobre todo para los sectores populares – la demostró en abril de 2003, cuando abandonó a la ciudad capital en la peor tragedia que le tocó vivir. Precarias defensas, ausencia de ayuda, carencia de plan de evacuación, negacionismo, extorsión legal para con los damnificados y un largo etcétera de displicencias deliberadas desde el “staff” jurídico lo colocaron en el lugar que el jet set de Mónaco nunca le hubiera puesto: nunca más pudo caminar por las calles de Santa Fe. Donde iba, era insultado y descalificado. Justo a él, que la paz que lograba a 300 km por hora le controlaba los pulsos.
Su legado en política es poco. NI siquiera la tan mentada y difundida “honestidad” de su gestión queda en el tamiz de su paso (identidad que muchos periodistas de la época construyeron, cada uno sabrá con qué propósito). Supo en su momento aliarse a Storni, “El Rosadito”, en lugar de enfrentarlo. Armó el paquete de venta del Banco santafesino, que terminó en manos de banqueros lavadores de dinero. Ni una para el lado de la gente.
Sí, queda una herencia. La del bloque de poder, la de la construcción de una “corpo” a la que reportan jueces, empresarios, hombres de la city, gremialistas, dueños de grandes medios de comunicación y, más de una vez, representantes del “cripto” Estado de la Inteligencia. Allí, no hay distinciones gruesas. En esa mesa se sientan todos los dirigentes de casi todos los partidos políticos. Y, si bien ese poder ha crujido más de una vez en estos últimos veinte años, siempre flota, como el hombre corcho, el personaje de Roberto Arlt.
Ha muerto Reutemann. Y por él no doblan las campañas.