Por Ivana Manzano
El 3 de junio de 2025 se cumplieron 10 años de inicio del movimiento Ni Una Menos, nacido tras el femicidio de Chiara Páez, de 14 años, en la localidad santafesina de Rufino el 10 de mayo de ese año. Fue su novio, Manuel Mansilla, quien la asesinó porque la joven se negó a practicarse un aborto; la familia de Mansilla lo ayudó a enterrar el cuerpo. Este hecho conmocionó a la sociedad, sobre todo a las mujeres y disidencias, 30 mil personas se congregaron frente al Congreso Nacional, y otras miles de personas en plazas de todo el país.
En una década (entre 3/6/15 hasta 3/6/25), se registran 2.590 víctimas fatales por razones de género: 86% fueron femicidios directos; 11% femicidios vinculados (7% varones/niños, 4% mujeres/niñas); y 3% trans/travesticidios. Las provincias con más casos son Buenos Aires (970), Santa Fe (219), Córdoba (189), y Salta (130). Estos datos se desprenden del observatorio de Mumalá (Mujeres por la Matria Latinoamericana). En tanto que desde Registro Nacional de Femicidios de la Justicia Argentina (RNFJA) que elabora la Oficina de la Mujer de la Corte Suprema de Justicia de la Nación (OM-CSJN), en 2024 fueron 228 las víctimas, 220 mujeres cis y 8 mujeres trans/travestis; por lo que, en el último año en Argentina, una mujer o cuerpos disidentes fueron asesinados cada 39 horas.
Sin embargo, desde Mumalá (Mujeres de la Matria Latinoamericana) dan cuenta que se produjeron 205 femicidios de mujeres, lesbianas, travestis y trans en lo que va del 2025, es decir, un femicidio cada 34 horas; aunque sólo en octubre una mujer es asesinada cada 28 horas, se registraron 18 femicidios en sólo 21 días.
Un poco de historia
Los casos de asesinatos de mujeres o personas cercanas a ellas se las investigaba como homicidios comunes hasta que, por el empuje de los movimientos feministas, se logró el cambio de la ley. En diciembre de 2012, se promulgó la ley Nº 26.791, la cual modifica el artículo 80 del Código Penal, si bien no se incorpora la palabra femicidio como tal, se sostiene:
“Se impondrá reclusión perpetua o prisión perpetua, pudiendo aplicarse lo dispuesto en el artículo 52, al que matare:
1°. A su ascendiente, descendiente, cónyuge, ex cónyuge, o a la persona con quien mantiene o ha mantenido una relación de pareja, mediare o no convivencia.
4°. Por placer, codicia, odio racial, religioso, de género o a la orientación sexual, identidad de género o su expresión” (Ley Nacional N° Ley 26.791).
Y si bien no era común leer o escuchar a periodistas referirse con el término “femicidio”, sí empezó a ser menos frecuente el uso de “crimen pasional”. Fue el nacimiento del movimiento #NiUnaMenos, tras el femicidio de Chiara Páez en 2015, el que instaló definitivamente el término tanto en las calles como en radios, diarios, portales y televisión.
Seguidamente al caso de Chiara Páez, ocurrió otro episodio que conmocionó a la sociedad argentina, se trata del femicidio de Micaela García el 1 de abril de 2017 en Gualeguay, Entre Ríos. La joven de 21 años era estudiante, militante del Movimiento Evita y de Ni Una Menos. El asesino, Sebastián Wagner, tenía una condena de 9 años por abuso sexual, y el juez Carlos Rossi le otorgó la libertad condicional y poco después cometió el crimen. Rossi enfrentó un jury por mal desempeño y falta de idoneidad, pero fue absuelto.
Los padres de Micaela García, junto a organizaciones feministas, impulsaron una ley que establece la capacitación obligatoria en perspectiva de género para todas las personas que se desempeñan en la función pública. La normativa, conocida como Ley Micaela, se aprobó en el Congreso Nacional en 2019.
La lucha continúa
A pesar de estas pequeñas conquistas que apuntan a terminar con la violencia machista, hay sectores que intentan hacernos retroceder. La semana pasada nos consternamos con el doble femicidio el Córdoba, donde un hombre uruguayo, militante de Hombres Unidos, asesinó a su ex pareja y a su ex suegra y secuestró a su hijo de 5 años. Unos días después fue detenido en Gualeguaychú cuando intentaba huir hacia Uruguay.
Estos grupos de como Hombres Unidos, o los proyectos de ley que recrudecen las penas a mujeres que realicen denuncias falsas y cuestionan el posicionamiento de los feminismos, no hacen más que cuestionar a la violencia de género, a la violencia machista, como un verdadero flagelo, un flagelo que mata.
Sin ir más lejos, la semana pasada, la propia ministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich, culpó al feminismo por la ola de femicidios. “Si lo que vos hacés es generar una idea de que estás empoderada y sos capaz de pisotear a cualquiera, sea hombre, tu padre o tu madre; si a alguien lo pisoteás, finalmente lo que termina pasando es que te viene en contra”, sostuvo Bullrich durante la transmisión en vivo. En el mismo tono, agregó que “el desequilibrio que se generó con el feminismo extremo lleva a situaciones donde la violencia es tan fuerte que termina destruyendo a la misma persona que genera esa lógica”, dijo en el canal de streaming libertario Carajo.
Las declaraciones de la propia ministra, una funcionaria pública, no hace más que legitimar los discursos de odio contra las mujeres en general, y las feministas en particular. Estas declaraciones legitiman la cultura machista e incluso la cultura de la violación, en redes podemos encontrarnos con streamers que cuestionan la necesidad de consentimiento para tener relaciones sexuales con una mujer.
La cultura de la violacion por streaming pic.twitter.com/ljgG2JG5QF
— Dani Gasparini ⭐️⭐️⭐️ (@DaniGasparini) October 20, 2025
Pero también nos encontramos con jóvenes estudiantes de secundaria que se disfrazan de “mujer violada” en una fiesta del viaje de egresado en Bariloche.

Entonces, ¿por qué las mujeres somos tildadas de exageradas en nuestros planteos?, ¿no es una reacción lógica ante tanta violencia?
Judith Butler, filósofa norteamericana, define a la vida humana como precaria en tanto condición existencial, somos vulnerables a la muerte; pero hay ciertas vidas que tienen una condición política de “precariedad”. Algunas vidas son más precarias que otras, esto está relacionado a una condición política, porque no tienen las redes económicas y emotivas que le permitan crecer y desarrollarse sin sus vulnerabilidades, son vidas más vulnerables. Así mismo, sostiene que la precariedad también implica vivir en sociedad, por lo que nuestras vidas siempre dependen de un otro conocido o no.
Los femicidios y la violencia contra las mujeres son un flagelo que se fue profundizando y visibilizando cada vez más en los últimos años, pero lejos está de ser una novedad. Las mujeres y los cuerpos disidentes son las vidas más precarias que define Butler. La autora expresa que en la sociedad está naturalizado que hay vidas que merecen ser vividas y vidas que no; sobre todo, hay vidas que merecen ser lloradas y vidas que no. Ahora bien, esto solo es posible en el marco de un sistema que lo permite, ese sistema es el patriarcado.

