Los argentinos nos pasamos la vida rotulando. Pareciera urgente y necesario escalonar todo. Lo hacemos con películas, con comidas, con los lugares de vacaciones, con libros, con los colores, con las camisetas, con las canciones, con las marcas y generalmente, también con los humanos.
Transformamos todo en listas, le damos una matiz numérico que encierra demasiado y obliga a que dos más dos siempre sea cuatro, aun en situaciones de dudosa exactitud. Esas situaciones, que son difíciles de reducir a números, están vinculadas con la calificación de las personas. Con su calificación y con la necesidad de eternizarlas en un sitio, de congelarlas como si fuesen algo y no alguien, como si la vida y su dinámica no cambiasen jamás.
Y allí está el gran problema. La elasticidad del tiempo es tan real como su impacto en los seres humanos. Ni hablar si enfocamos la cuestión en el fútbol y sus alrededores.Por ello resulta debatible al menos, esa rigidez para eternizar a alguien en lo más alto del podio y en soledad.
¿Acaso no se pueden tener dos películas o más como favoritas? ¿No podemos venerar a una de acción y a una romántica sin necesidad de compararlas? ¿Son comparables? Para estas preguntas caben mil respuestas. O un millón. Pero suena injusto elegir a la mejor cuando no todo se parece y cuando las herramientas para crear y las épocas han cambiado tanto.
¿Es comparable una etapa con otra? ¿Quién ha vivido con lucidez tantas eras como para comparar momentos diferentes? “No”, es la primera respuesta y “nadie” es la segunda. Por lo tanto, habrá que aceptar que el gusto personal define al o a la mejor sin permeabilidad a la opinión del otro. Justamente, porque la nuestra es una opinión y no una verdad.
Ahora bien, si nos corremos de las cosas a las personas, y si en ese grupo nos centramos en los futbolistas la injusticia o la parcialidad de una verdad es mayor aun. Juzgar cosas es más sencillo: tienen un principio y un final. Son visibles de principio a fin. El tema es cuando opinamos o buscamos enaltecer a alguien como el mejor.
¿El mejor futbolista es el que juega mejor, el más triunfador o es el que más empatía genera? Más preguntas sin respuestas. No se puede obviar la percepción personal porque en algún punto el fútbol es un arte y a cada uno nos emociona de modo distinto. Además, elegir en soledad al mejor individuo en un deporte colectivo suena extraño de arranque. Nadie domina el arte completo, menos en el fútbol. Todos dependen del entorno, tarde o temprano.
Entonces, en un juego que se gana con goles los que los construyan o concreten siempre tendrán mayor probabilidad de ser elegidos. Di Stéfano, Cruyff, Pelé, Maradona, Messi. Todos creadores o convertidores.
El que más ha ganado es Dani Alves. Uno de los mejores laterales. Pero no le basta para sentarse a la mesa de los mejores. ¿Sebastián Batagglia es el mejor jugador de la historia de Boca? No. Sin embargo es el más ganador. ¿Es Del Potro mejor que Vilas por haber ganado una Copa Davis? No. Entonces, porqué Lionel pierde con Diego, para muchos, por no tener una Copa del Mundo. En fin, demasiadas dudas como para que sea justificado un mejor. Ni hablar si contamos la duración del brillo.
Por último, para concluir mis interpelaciones a la idea del mejor me queda una pregunta…
¿El mejor es mejor siempre o tiene altibajos? En mi opinión, humilde y del montón como todas, los entornos cuentan y aun el más considerado puede perder brillo si lo colectivo no funciona, si el equipo no anda o si quien conduce, choca.
Por eso mismo, en el cierre de la Liga donde juega el mejor del mundo, en ésta era del mundo, el futbolista más determinante no es él: Benzema es el nombre propio y no Messi. ¿Pasa algo? No demasiado, simplemente que los mejores del mundo tampoco lo son todo el tiempo.