No es sencillo atreverse a hablar de elementos que valgan más que los resultados. Marcelo Bielsa alguna vez dijo que el análisis debe caer sobre los merecimientos y no sobre lo obtenido, y su mensaje no fue comprendido socialmente como debería haberse comprendido.
El rosarino hablaba de las formas, de los caminos, valorándolos en su justa medida y dejando al resultado al margen, entendiendo que muchas veces este último es un accidente y no un fiel reflejo de los hechos.
Caminar centrándonos en lo que depende exclusivamente de uno: el camino. Lo demás es valiosísimo y la búsqueda de todos, pero allí ya no estamos solos.
Luis Scola deja el seleccionado argentino de básquet priorizando el desarrollo y no el final del cuento. Lo deja siendo el que siempre fue, pero transformado en un ícono del básquet nacional. No por las estadísticas, esas que le otorgan el privilegio de haber jugado en cinco olimpíadas, por ejemplo. Sino por su viaje envuelto en estos colores. Por la calidad y la longitud del viaje.
Luifa encontró, como el mismo lo dice, un lugar de pertenencia en este deporte. Un espacio en el cual ser el más alto era un beneficio y no una carga. Pero nunca olvidó el lado de la vida que le había tocado antes de pasar al bando de los bendecidos en este deporte.
Militó la idea de grupo desde siempre y se superó permanentemente para no tener techo o para empujarlo hacia arriba. Aceptó roles, momentos y resultados despegado de la irracionalidad que la lógica argenta le permite a la pasión. En el documental “Jugando con el alma”, asume que la final del Mundial de Indianápolis ante Yugoslavia se perdió por errores propios y no recae en la figura de los árbitros y la infracción no sancionada a Hugo Sconochini en el cierre del partido. Lloró como todos, porque se pulverizaba un sueño que era palpable. Pero no construyó excusas ni conspiraciones en su mente.
Siempre fue por más. Centrado, medido, responsable y maduro. Esa imagen transmitió en todo momento Scola.
Sentido común, ubicuidad, espíritu de equipo real y el ejemplo por delante de la palabra. La predica siempre en la acción. La brecha corta o inexistente entre el decir y el hacer. Para ser guía de los de al lado e inspiración para miles.
No precisó nunca del cassette a la hora de expresarse. La franqueza no le quitó compromiso ni sueños. No se los quitó ni a él ni a los suyos. Porque habrá que decirlo, este seleccionado es el suyo. Porque él quiso entregar el testimonio de la Generación Dorada a esta prometedora nueva camada, completando la posta.
Sobriedad, respeto al rival, responsabilidad, autocrítica y mirada al cielo. Y un hambre voraz. Pero el camino siempre por delante. Ese es el rasgo distintivo de su liderazgo.
Sin vociferar, sin escandalizar, sin dramatizar un resultado, pero persiguiéndolo con ansias. Y como se lo debe perseguir: cuidando cada detalle y preparando el cuerpo y la mente de la mejor forma posible.
Eso no solo aumenta las opciones de imponerse en cualquier ámbito. Eso, además, deja la tranquilidad de haberlo intentado plenamente. Y aun en la derrota no hay mejor bálsamo que la tranquilidad del camino elegido y recorrido. En el básquet y en cualquier rumbo.
O dicho de otro modo y en las magníficas palabras se Sergio Hernández: “Yo con él aprendí que ganar no es lo más importante: lo más importante es honrar cada segundo lo que hacés en la vida, hagas lo que hagas”.
Nada más que agregar, o sí: la ovación de propios, rivales y neutros tras su salida. Como para rubricar una carrera para repasar.
Indudablemente, Luis Scola es el deportista definitivo.