En Vivo

03 de mayo de 2020


A estas alturas, no sé si es mejor que el tiempo sobre o que falte. Seguramente, lo inédito de la época que toca vivir tenga mucho que ver. La gran diferencia es que hoy no existe la excusa liberadora de responsabilidades del correr permanente.

Entonces, vale la pena hacer el esfuerzo para no asimilar escases con abundancia. La oportunidad de aprovechar lo que habitualmente no tenemos paraliza en algún punto porque jamás fue tan extenso el margen ocioso para una generación, la nuestra, acostumbrada a tener una ocupación para cada hora del día.

También es entendiblemente preocupante -y novedoso- ver a otros ir normalizando sus cotidianeidades mientras a muchos las persianas no se les pueden levantar.

Será que de tanto pensar hacia adelante nos hemos habituado a viajar poco hacia atrás. Y hete aquí una enorme oportunidad para repensar los recuerdos, aunque cueste identificarlo.

Vaya uno a saber por qué el mirar hacia atrás se asocia a la nostalgia. Y vaya uno a saber, además, por qué la nostalgia se ha emparentado tanto con la melancolía. ¿Quién impuso esta agria asociación? ¿Quién dijo que recordar implica llorar?

Es necesario obligarnos a repensar esa idea. Deconstruirnos en este punto es clave para dejar de temer a mirar hacia atrás y hacia adentro.

La tristeza fija los recuerdos, los congela. La valentía, en cambio, permite revivirlos; o lo que es lo mismo, volver a vivirlos.

Casi nadie tiene tiempo, normalmente, para parar la pelota. El futbolista menos aún. La necesidad de triunfo constante para sostener el show a tope e instalar la idea de que el jugador es en realidad un robot insensible que solo debe ganar para demostrar su fortaleza y tapar los agujeros negros de la diaria de cada devoto de sus colores, se lo impide.

Pero hoy no hay excusa. Todos nos hemos encontrado con los recuerdos, como a cada rato, en este cautiverio. Y muchos le hemos dado la posibilidad de que nos seduzcan, de empezar de nuevo. Y muchos nos hemos sorprendido.

En términos futboleros, en vidas que han sido preferentemente futboleras, los recuerdos son videos, fotos, recortes y camisetas. Reencontrarlos y darle espacio para que nos

cuenten de nuevo lo que creíamos saber de memoria, es deslumbrante. Al menos, ese es mi caso: nada fue tal como lo consolidé en mi mente.

Es perezosa la memoria. Perezosa y selectiva. Le gusta fijar y archivar. Sin embargo, los recuerdos no son iguales. Están ahí, sentados en la mesa, mate en mano, para charlar de nuevo. Siempre dispuestos a contarnos algún secretito que guardaba con recelo porque nos veía soberbios, confiados en que la memoria siempre dice la verdad.

Vale la pena animarse porque los recuerdos transforman nuestra historia en película, la alejan de las fotos que archiva la memoria. Quitémonos de la cabeza la idea de que recordar un gol -en el fútbol o en la vida- es de vanidoso. Animémonos a darle el tiempo que la maquinaria del fútbol no nos permitió darle a un recorte, a una camiseta, a una foto.

Anidan infinidad de historias, infinidad de imágenes, sonidos y personas que han construido aquel presente condicionando este. Revivirlo es revisionismo interno, para concluir lo mismo o algo distinto.

Quizá reafirmemos las sensaciones de una situación o tal vez, nos reconciliemos con alguien dándole la dimensión real a lo que pareció dantesco y así, quién dice, cicatrizaremos también.

Es un desafío, no le temamos porque seguramente abrazaremos personas y felicidades que probablemente antes no hayamos podido abrazar.