Yo se que es difícil salirse del cauce del río cuando falta tiempo para frenar a pensar e intentar arrimarse a algún punto de la orilla que nos parezca interesante. La corriente es infatigable y voraz, y nosotros, los mortales casi sin excepción, escasos de pausas, nos dejamos arrastrar.
Se también a donde van a parar esas corrientes que nos atropellan. Por eso es necesario hacer un alto en cualquier imagen que nos corra de su cauce para elaborar una opinión propia desafiando la imposición de márgenes y cantidad de caracteres en los que debemos resumir todo para ser parte.
No es sencillo, esta claro. Más es necesario, para sentirnos autónomos y para desafiar las lógicas globales de estos tiempos en los que las corrientes, por diversas que parezcan son muy similares entre sí.
El fútbol, cual expresión mundial que atraviesa como ningún otro deporte las sociedades, tiene sus cauces bien delineados.
Hay perfiles estéticos a los cuales conviene suscribir. Han nacido sigilosamente en los videos juegos y los han hecho masivos las redes con sus tentáculos. Hay funciones y dibujos en el campo de juego que se parecen cada vez más entre sí como si nuestra cultura y nuestra historia fuese similar a la de los que colonizaron esta parte del mundo para traer a nuestros ancestros y llevarse todo lo demás. O como si nuestra alimentación y nuestra genética y nuestro clima no fuesen únicos y si un calco de lo que ocurre en otros continentes.
Globalización le llaman. Generalización, me parece más descriptivo. Generalizar en el sentido que ellos eligen. Ellos,los que producen y venden y sostienen el poder entre sus manos como un arquero la pelota del penal recientemente atajado.
Y entre tanto que el fútbol y el mundo y el negocio y la posmodernidad quieren imponernos están los logros y los sueños. El éxito y todo lo demás, que viene detrás y que no es éxito en el vanguardista concepto actual de esa palabra.
El éxito es el balón de oro; la transferencia que te acomoda para siempre como si las piernas, las manos y el cerebro no sirvieran para mantenerse parado. El éxito son cinco o diez equipos en todo el mundo o ser goleador de una de las principales ligas.
La vara que lo mide todo y esparce las ideas globales está emparentada con los excesos: muchos goles, mucho dinero, muchos títulos. Cada vez más lejos de lo que soñamos todos cuando nos animamos a soñar y a ponerle el cuerpo al sueño.
El debut. El primer gol. La consolidación. Premios por losque todos damos años adolescentes aún sabiendo que a pocos les tocará. Inmensos logros que hoy importan un poco nomas. Porque al rato hay que ir por más, no conformarse. El que para y disfruta no tiene ambiciones. Y sin ambiciones no hay éxito posible, dicen.
Por suerte algunos, mientras la corriente irremediablemente los lleva, siguen soñando en grande pero midiendo con otra vara. Una vara más sensible, más personal, menos impersonal.
Por suerte, algunos se permiten la emoción y el llanto ante algo que para las estadísticas de la vorágine del hoy no representa nada más que un segundo de pantalla, sabiendo y sintiendo que para ellos es un nuevo cielo alcanzado.
Gracias Gio por hacer gigante un momento que para el todo es nada, porque no debemos olvidar que nuestro cielo es único y que tocarlo siempre será cumplir un sueño y a su vez, empujarlo hacia arriba para seguir perdiguiéndolo.
Y porque todos los cielos, absolutamente todos, cuentan