Por Cesar Carignano
La sorpresa y el fútbol van de la mano. Siempre ha sido así. Principalmente, cuando todo se resume a un partido. Allí existen factores como el azar, el peso de un error y otros elementos que influyen directamente en el resultado y que pueden llevar al triunfo al que menos méritos ha hecho. Por eso es innegable que la palabra sorpresa abrace la pelota como en ningún otro deporte colectivo.
Sin embargo, hay ocasiones en que la ignorancia se disfraza de sorpresa. Ocurre, por ejemplo, cuando un equipo infravalorado se sostiene en el tiempo, con una línea firme y buenos rendimientos. Ocurre, generalmente, cuando ese fenómeno nos es lejano y excede lo cotidiano.
El espacio que separa, o acerca, la ignorancia de la sorpresa tiene un nombre: proyecto.
Más allá de la valoración que podamos darle a un ranking o de los valores que analiza la FIFA para confeccionarlo, que Bélgica lidere esa lista en septiembre de 2020 es un interesante disparador para dejar la sorpresa de lado, y entender cuan revolucionario puede ser un proyecto.
Hace más de dos décadas, tras la partida prematura de la Copa del Mundo de Francia, Michel Sablon entrenador y asistente técnico en diferentes etapas del seleccionado belga, comenzó a pensar y repensar el fútbol de aquel país. Un fútbol que poco se parecía al estético juego de los años ochenta, de protagonismo a partir del cuidado del balón. Un fútbol sin presente y sin futuro. Y se propuso lo más complejo, junto a la federación de fútbol del país: pensar el futuro.
Así nació el Proyecto Top Sport. Una iniciativa que instaló ocho escuelas deportivas en diferentes puntos del país para que a ningún potencial futbolista le quede lejos, y para que las barreras étnicas tampoco se eleven por encima del talento.
Con la olvidable Eurocopa del año 2000, jugada justamente en Bélgica y Holanda, donde los “Diablos Rojos” no pudieron superar la instancia inicial, el rumbo elegido se fue consolidando.
Un estudio, encargado a la Universidad de Lovaina, encargado por el propio Sablon, arrojó datos contundentes. Tras analizar 1500 partidos de fútbol formativo, se llegó a la conclusión que la mayoría de los niños y niñas tocaban la pelota dos veces cada media hora de juego. Aberrante detalle en edad formativa, entendiendo que el elemento que debe aprenderse a usar es la pelota.
Ese disparador reafirmó uno de los principales cambios pensados desde el proyecto: reducir los espacios y la cantidad de futbolistas. Partiendo de la base de que tanto el juego asociado como la gambeta precisan tener el balón cerca, todo el tiempo, se modificaron el tamaño de las canchas y se establecieron una progresión que establecía equipos de cinco, ocho y once futbolistas, según edades. Para perfeccionar y para evitar la deserción.
Con el tiempo el proyecto fue evolucionando y en la actualidad los centros funcionan como escuelas técnicas orientadas a potenciar las capacidades deportivas de los jóvenes futbolistas belgas. Varones y mujeres.
En dichas escuelas el valor de la educación no es secundario. Saben que, como dice Mariano Manzanel, solo un 5% de los que sueñan con ser profesionales pueden lograrlo y vivir de ello. En consecuencia, sin buenas notas, no hay oportunidades. Además, creen que con un plan de estudios exigente el desarrollo aumenta y eso facilita la toma de decisiones en el plano deportivo.
Los adolescentes que atraviesan el secundario, entrenan, en la actualidad, doce horas semanales en la escuela, adicionales a los entrenamientos en sus respectivos clubes. Lo que significa, unas trescientas cincuenta horas extras de entrenamiento al año. Un entrenamiento enfocado en el estilo de juego que pretenden las selecciones del país, que permite evolucionar no solo en el aspecto técnico sino también en el cognitivo y en la interpretación del juego.
La primer gran camada surgida de este fenomenal proyecto deslumbró en Brasil 2014, siendo la mayoría de ellos aún muy jóvenes, donde fueron eliminados por nuestra selección en octavos de final.
Ellos, con el aporte de nuevos elementos, consolidaron su andar y cuatro años más tarde vencieron a Brasil e Inglaterra para culminar en el podio de Rusia 2018 jugando un fútbol más parecido al nuestro que el de nuestro propio seleccionado.
Hoy, aquellos, estos y los nuevos sostienen competitividad e ilusiones de grandeza.
Una combinación singular ayuda a interpretarlo desde lo futbolístico: su historia de respeto a la pelota y un proyecto que estimula la capacitación y sobre todo la libertad para que el engaño y la impronta personal potencien el funcionamiento colectivo en lugar de ser esclavos del mismo.
De Bruyne, Naingolan, Ferreira Carrasco, Mertens, Lukaku y Courtois son algunos de los exponentes más visibles de la actualidad.
Algunos podrán pensar que en este suelo argento, tan extenso y variopinto, una empresa tan compleja sería inviable. Algunos pensamos distinto, como lo hizo Sablon hace más de veinte años en un país donde no se respiraba el fútbol como sí se lo respira acá.
Animarse es determinante y estar capacitado el clave. Pero el fútbol, en esta jugada, nos demuestra que se parece a la vida mucho más de lo que pensamos, y que los paradigmas están para ser modificados siempre que haya proyectos, pequeños o colosales, plagados de convicción y de tolerancia para resistir lo que haya que resistir hasta que las raíces estén fuertes y los brotes verdes.
Mientras las opiniones sugieren, las acciones cambian el rumbo.
Al fin de cuentas, los proyectos son como los boomerang: llevan tiempo, pero traen satisfacciones.