Somalia está sufriendo desde comienzos de 2021 su peor sequía en los últimos 40 años; circunstancia que agrava el conjunto de problemas que ya padece de manera habitual su población. La crisis climática mundial azota a este país del Cuerno de África desde distintos ángulos, y aunque su situación se hizo notar en la mayoría de los noticieros del mundo en las últimas semanas, la ayuda de la comunidad internacional se destaca por su ausencia. Mientras sus habitantes declaran que en las últimas décadas ya se detectaba un atraso en las temporadas de lluvia, hace más de un año que en Somalia no cae una gota de agua. La sequía extrema y el conflicto crónico en el país han generado ya 1 millón de desplazados por razones climáticas desde que comenzó la falta de lluvias, y amenaza con aumentar de 5 a 7 millones el número de personas que se enfrentan a niveles de hambre críticos.
Lo cierto es que Somalia se enfrenta a los efectos de múltiples crisis que interactúan entre sí. La sequía extrema producto del cambio climático produce a su vez la muerte del ganado, desertificación, erosión de los suelos y disminución de la productividad, hechos que se traducen en falta de alimentos, hambre y desnutrición. Por si esto fuera poco, la guerra entre Rusia y Ucrania aumenta la vulnerabilidad de la seguridad alimentaria somalí, dado que la mayor parte de las importaciones de trigo que realiza y las donaciones de alimentos que recibe de organizaciones internacionales proceden de Ucrania. Sumado a esto, el conflicto que vive Europa distrae la atención internacional de las terribles necesidades que padece Somalia en este momento crítico, postergando una vez más los derechos humanos de los más vulnerables.
Es evidente que la crisis climática distribuye sus efectos de manera desigual, permitiendo que aquellos con mayor responsabilidad y mejor calidad de vida ignoren la urgencia del cambio requerido por quienes padecen más intensamente el recrudecimiento del fenómeno climático. Mientras Estados Unidos y China, los países más contaminantes del mundo, tienen emisiones de CO2 per cápita de 13.6 y 8,2 toneladas respectivamente, Somalia pertenece a los países menos contaminantes, con sólo 0,05 toneladas per cápita (el tercer país con menor cantidad de emisiones de CO2 per cápita).
Es así que el padecimiento de Somalia combina los efectos de la crisis climática, agravados por el alto nivel de pobreza, hambre y desnutrición, con la violencia crónica de los enfrentamientos entre milicias islamistas, clanes y tropas gubernamentales, y las carencias de las organizaciones que ayudan en el territorio y cuyos recursos resultan insuficientes. Estos problemas de tipo ambiental, económico, social y político generan desplazados –tanto a nivel interno como hacia países limítrofes– y crean nuevas dificultades humanitarias. Es decir, los millones de “desplazados en contexto de desastres y cambio climático” contribuyen a superpoblar campamentos de refugiados, ya de por sí carentes de suficientes recursos vitales, generando conflictos entre las personas que los ocupan e incluso afectando a las comunidades locales de acogida.
Ante la situación de Somalia, que se replica en varios países del continente africano, se espera que la COP 27 a realizarse en noviembre de este año en Egipto pueda ayudar a estos países a poner en el centro de la agenda internacional sus prioridades, como la financiación a las acciones de adaptación y reparación de daños, migración, y desplazamientos producto del cambio climático.
Fuente: LaCapital