En un mundo que a menudo glorifica la complejidad, la filosofía de Friedrich Nietzsche emerge como un faro de sabiduría, recordándonos que la verdadera maestría y, en última instancia, la felicidad, residen en la simplicidad. Según el pensador alemán, “es muy fácil hacer que las cosas sean complicadas, pero difícil lograr que sean fáciles”, una frase que resuena con especial fuerza en la actualidad.
La sencillez, para Nietzsche, no es sinónimo de simpleza o mediocridad, sino de la máxima sofisticación. Es el resultado de un profundo entendimiento y de una práctica consciente para eliminar lo superfluo y quedarse con lo esencial. Pensemos en un atleta de élite, un artista consumado o un artesano experto: todos ellos hacen que lo difícil parezca fácil, no por arte de magia, sino a través de la dedicación y la búsqueda de la eficiencia en sus movimientos y decisiones.
Esta misma lógica puede aplicarse a nuestra vida cotidiana. A menudo nos enredamos en problemas y preocupaciones innecesarias, complicando nuestras relaciones, nuestro trabajo y nuestro bienestar. La propuesta de Nietzsche es un llamado a la acción: a tomar la decisión consciente de simplificar nuestras vidas. Esto implica identificar qué es lo verdaderamente importante para nosotros, qué nos aporta valor y qué nos resta energía.
Adoptar una mentalidad de sencillez no es un camino fácil, requiere autoconocimiento, disciplina y un cambio de perspectiva. Significa aprender a decir “no” a lo que no nos suma, a valorar las pequeñas cosas y a encontrar la belleza en lo cotidiano. En definitiva, se trata de un entrenamiento constante para alcanzar la maestría de vivir una vida más ligera, más auténtica y, por ende, más feliz.
